Tradición Católica Mallorca

PÁGINA DEDICADA A PROMOVER LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA TRIDENTINA EN MALLORCA

Domingo de Quincuagésima


duccio_maesta_blinde_grt

“Jesús tomó aparte alos doce y les dijo:

‘Mirad que subimos a Jerusalén’”

(Evangelio según San Lucas, capítulo 19, versículo 31).

Padre Ricardo Isaguirre.

Jesús no quiso prometer a sus seguidores un camino fácil. Pocos líderes ha podido haber que, sin ser ni cruel ni rigorista, haya sido menos complaciente con la demagogia en la historia de las religiones… Seremos discípulos suyos, entonces, si vamos por el camino estrecho que Él propone luego de haberlo tomado, y en el que Él abre la marcha con autoridad inapelable. Lo demás serán atajos inconducentes. Solamente la meta que Él tiene fijada asegura el premio.

En una misma línea, la liturgia de este breve tiempo de Septuagésima seleccionó para las tres respectivas epístolas fragmentos de las cartas de San Pablo que permiten descubrir claramente por dónde un hombre se identifica de verdad con Cristo. Cargado de labores y responsabilidades, perseguido y malinterpretado por propios y ajenos, sublime en una vida mística que a muchos habría llevado a la soberbia, habiendo podido responder a sus verdugos con odio y venganza, Pablo elaboró sin embargo una admirable doctrina centrada en el amor. Los párrafos inmortales que hoy hemos leído y que nos proponemos comentar conforman lo que se ha dado en llamar “himno de la caridad”. Como su Maestro, él vivió la vocación al apostolado subiendo hacia su propia Jerusalén espiritual hasta entregar el cuello a la espada que consumó su martirio fuera de las murallas de Roma. No supo de malentendidos respecto del amor, palabra que ya en su tiempo había sido abusada por muchos y que servía para maquillar lo que el fondo, como en nuestros días, no es otra cosa que egoísmo extraviado hasta el autoendiosamiento. Algunos enemigos del cristianismo en ocasiones han criticado nuestra fe porque supuestamente atraería a los esclavos, como si postulara una moral para los débiles de ánimo, para gente de carácter quebrantado; en realidad, cuando el cristianismo se vive con autenticidad, como resplandece en la conducta de un San Pablo, la fe en Cristo es doctrina de hombres libres, la primera religión que puso en pie de igualdad a todos los hombres ante el único Juez que no puede ser sobornado.

En la frase inmediatamente anterior al fragmento paulino que comentamos, Pablo habla de la caridad como de “un camino más excelente todavía”, esto es, por encima incluso de los admirables carismas que venía describiendo a sus discípulos los corintios y que vivifican, unifican y santifican la comunidad de los creyentes. El Espíritu Santo, les explica, que nos enriquece personalmente con esos dones con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo, tiene todavía uno más alto. Así como Jesús dijo a los doce “vamos a Jerusalén”, San Pablo nos invita a ir detrás de nuestro Pastor celestial por el camino de la caridad, la cual permanece hasta los siglos eternos, donde la fe se convertirá en visión directa del Bien y la Verdad y la esperanza obtendrá plenamente su objeto en la bienaventuranza. Pero, ¿qué es esta caridad a la que San Pablo cantó con acentos inolvidables?

El idioma griego en que San Pablo hablaba y escribía a las Iglesias dispersas por el Imperio romano posee varios términos que, sin entrar en detalles, pueden traducirse por nuestra palabra “amor”. En el caso de estos párrafos de nuestro domingo, utiliza la palabra ágape, menos frecuente en el habla de su tiempo, y cuyo matiz propio es el de indicar un movimiento de descenso amoroso, una actitud de servicio amante en quien la practica. Precisamente, nuestro sustantivo castellano “amor” participa de la raíz del sustantivo “semejanza”: se aman los iguales, los que son amigos o al menos los que se asimilan, mientras que ágape indica, no tanto una diferencia, sino una preferencia y una anticipación en quien ama, como la que nos ha manifestado Dios, que amó primero y antes de imponer ninguna condición, cuando el hombre sobre quien se inclinó para rescatarlo en el Hijo y por obra del Espíritu Santo aún era Su enemigo por el pecado. No por casualidad los cristianos del tiempo apostólico empezaron a denominar “ágape” al encuentro eucarístico, idealmente fraternal, en que se hace realmente presente la muestra suprema del amor divino con la renovación sobre el altar del Sacrificio del Cordero y la comunión que recibimos con su Cuerpo y su Sangre.

La actitud del Señor y sus mismas palabras desconcertaron a los apóstoles. ¡Subir a Jerusalén en aquellos momentos era imprudente! Detrás de todo ello vieron, en clave de enigmas, los resplandores siniestros de la Pasión anunciada proféticamente, que aún no entendían encarnada en su Maestro porque Cristo no había resucitado de entre los muertos ni había venido el Espíritu Consolador; y temieron, dado que el ambiente de persecución resultaba evidente, estaban rodeados y los judíos principales complotaban contra Él desde hacía tiempo. ¿Tenía sentido, habrán pensado, calculando de paso su propia suerte en aquel seguimiento del Maestro, exponerse a la ejecución de las amenazas que se percibían con claridad en el aire de sus encuentros públicos con las autoridades, alarmadas ya por la proclamación paladina de un reino nuevo que, según lo concebían, enfrentaría al pueblo de Israel contra quien los jefes de los sacerdotes del Templo declaraban “su único rey, el césar” de Roma, como lo vocearán ante Poncio Pilatos poco más tarde? Pero el fuego que Cristo trae a la tierra anhelando que arda pronto es un amor más grande que cualquier mezquindad de este mundo y que se levanta por encima de las miserables pequeñeces y de los intereses particulares sumados de todos los hombres. Irá con serena grandeza a la realización de Su misión, ya que para eso ha venido; y los que anden fieles detrás de sus pasos recibirán, también por amor, la recompensa merecida al que completa la carrera. En un sentido, Dios no tiene otra cosa que este amor suyo; ¡porque he aquí que Él mismo es amor! Aquí está en acción la caridad que hace ser a lo que no es; la campanilla que resuena no es nada, lo que vale es cuanto su sonido significa.

La inminencia de la llegada de Jesús a Jericó produjo un tumulto en la ciudad. Sus viajes suscitaban curiosidad por las maravillas que hacía a favor de los hombres y por la doctrina que enseñaba con autoridad nunca vista. ¿Qué novedad traería esta vez? Pobre entre los pobres, el ciego de Jericó se entera por los rumores que circulan entre los vecinos: ¡está cerca aquel hombre extraordinario del que oyó hablar como de un maestro misericordioso y lleno de poder! ¿Qué le queda sino gritar pidiendo piedad para él ensu mal? Aunque lo hagan callar tiene que hacerse oír y clama al paso de la comitiva rugiendo todavía en voz más alta cuanto le permiten sus pulmones. Y la Caridad respondió al hombre, paciente y benigna en Cristo, como la describe San Pablo. “Ignoramos la historia del ciego –dice San Gregorio Magno–pero sabemos que nos representa.” También nosotros, admitámoslo, somos incapaces de ver, y más gravemente que el ciego cuyos ojos corporales estaban enfermos, porque nuestra ceguera es espiritual, es la desdicha de la poca fe. También nosotros yacemos junto al camino de Jesús, que sube a Jerusalén, y solamente por ese Camino viviente tenemos esperanza de volver a ver con los ojos del alma el resplandor de la luz eterna en toda la potencia de su brillo. El primero que cumple perfectamente el consejo de San Juan de la Cruz no puede ser otro que Cristo Jesús: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor.”

Llegados a las puertas de la Cuaresma nos postramos confiadamente ante el Dios que es Caridad, ante este Señor nuestro que es la Caridad divina revestida denuestra carne por misericordia a su creatura extraviada, el único que hace proezas y nos libra  definitivamentede la muerte. Pero nuestro gesto de adoración significa también que asumimos nuestro deber de practicar el mandamiento de la caridad en todas sus dimensiones, como Él lo enseñó en Sus obras, poniendo nuestra vida entera al servicio de este Amor encarnado que abrazó la Cruz. Que la Virgen Madre Dolorosa interceda por nuestra intención, ella que llevó en su vientre a la Caridad que vino a salvarnos mediante su Sacrificio, para que no veamos solamente en espejo la gloria prometida, la Jerusalén celestial, sino en su rostro misericordioso que hoy brilla sobre nosotros con todo el esplendor que comunica a nuestra caritativa Mediadora universal, la Trinidad Santísima del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a Quien corresponde devolver amor por el Amor infinito y perfecto que puso en el mundo desierto de amor, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Deja un comentario

Información

Esta entrada fue publicada el 5 marzo 2019 por en Misa Tridentina Mallorca.

Navegación

Se confeccionan todo tipo de ornamentos tradicionales

marzo 2019
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031